Ella se vuelve y le dice: «¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!»
María Magdalena no era la mujer pecadora que besó los pies a Jesús. Tampoco
fue la adúltera que Jesús evitó que fuera lapidada. Todos estos equívocos
que ha sido incluso plasmados en obras pictóricas nos han impedido durante
mucho tiempo contemplar la figura de esta mujer a la que San Agustín llamo
"apóstola" de los apóstoles.
María Magdalena fue una mujer sanada, Jesús expulsó de ella siete demonios
que nos muestra la importancia de su curación, y sobre todo una mujer
agradecida que acompañó al maestro, sirviéndolo con sus bienes al igual que
otras santas mujeres. Además estuvo junto a la cruz con la Virgen María y San
Juan. Y tal vez lo más importante: fue la primera al quien Jesucristo
resucitado se apareció.
Resulta curioso que María Magdalena necesitara que Jesús la llamara dos
veces para que lo reconociera. Fue cuando la llamo por su nombre, el momento en
que ella lo identificó: ¡Rabbuní! Decir "María" para Jesús era dar a
conocer toda la curación que había hecho en ella, era manifestar todo el camino
juntos que había andado con ella, era en definitiva, una declaración una amor
salvífico y redentor. Era decir: "María, no es hora de mirar el sepulcro,
es el momento de contemplar la resurrección".
Nosotros también somos invitados a dejar, de una vez por todas, de mirar
nuestros sepulcros donde no hay nada, solo el reproche y la muerte de nuestra
vida antes de conocer al Maestro. Dejemos que nos llame por nuestro nombre,
miremos hacia delante, seamos agradecidos por todo lo que Jesús ha sanado en
nosotros, renunciemos a al mal, a Satanás y a todas sus obras, y hagamos nuestra
profesión de Fe mirando la mirada que Jesús hace sobre nosotros, sobre nuestra
vida, esa vida que es un seguimiento con el Maestro. ¿Hasta donde? hasta la
Cruz, paso necesario para la vida eterna.
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